15/10/08

Olores

Agustín Santarelli
No es la primera vez que me pasa, ya me había pasado un día cuando me junté a estudiar con un compañero del curso de ingreso de la facultad de quien no me acuerdo el nombre pero sí el olor de su casa. El flaco vivía con los padres, pero no va al caso. La cuestión es que el olor de la casa era igual al de la casa de Matías, mi compañero de El Triunfo. De la casa de la infancia de Matías porque después se mudó a la casa que era de su abuela y ya el olor no fue el mismo.
Al principio no le di importancia a la coincidencia porque hacía poco que me había mudado a La Plata, al pibe tampoco lo vi nunca más y ni siquiera recuerdo la dirección exacta de la casa (en el curso de ingreso todavía no se conocen las calles ni las direcciones, todo funciona en base a mapas mentales efímeros que duran hasta el otro día, cuando hay que aprenderse el número de una diagonal que lleva de una plaza a la otra). Una lástima porque podría pasarle el dato a Matías que ahora también vive en La Plata, tal vez quiera darse algún día una olfateada seguida de un suspiro nostálgico. Aunque mejor no, porque uno nunca distingue el particular olor de la casa propia. Yo puedo entrar con los ojos cerrados a una enorme cantidad de casas y negocios de El Triunfo y distinguirlas con sólo reflejo, pero seguro que de mi casa no me doy cuenta, salvo por la pieza de la abuela Isabel que aunque apenas es ocupada por mi hermana cuando vuelve a pueblo de vez en cuando, sigue teniendo ese olor a la abuela que siempre fue el de una colonia que venía en un frasco grande y que debe quedar alguno dando vueltas por ahí, aunque sepa positivamente que esa no es la razón de la fragancia. Pero el olor que reconozco es sólo el de la pieza de la abuela Isabel. Acaso tenga que ver con que la casa se fue construyendo y reconstruyendo de a poco, pero la habitación de la abuela siempre fue la misma en la que durmió desde la primera noche de principios del ´58 cuando se mudó al pueblo después de quedar viuda. Tal vez el olor que tiene todavía la pieza venga de anteriores habitantes, cuando toda la casa era esa habitación y un baño afuera.
En fin, digo que no es la primera vez que me pasa eso de entrar en un lugar sabiendo que también estoy entrando instintivamente en otro. Porque no hay duda de que lo del olfato es instintivo, amigo y testigo del tiempo y los recuerdos. Probablemente ese día del curso de ingreso que estudiaba con el flaco que no recuerdo el nombre ni la dirección de su casa pero si su olor, también estaba haciendo los deberes en lo de Matías (en la calle García Senra, o para ser más preciso, frente a la Comisaría de El Triunfo), tal vez estudiábamos análisis de oraciones puesto que la tarea preuniversitaria era de análisis del discurso.
Aunque es verdad que el olor de la lluvia de La Plata no se parece en lo más mínimo a la del pueblo. Debe ser por lo de las baldosas flojas, que es lo único que me preocupa en los días de lluvia de esta ciudad. Por eso los días de lluvia de acá no me dan nostalgia de allá, a pesar de que la lluvia sí que se presta para la nostalgia, eso lo sabe todo el mundo.
Pero esto de andar todo el tiempo interactuando con los contextos y los tiempos espacios no pueden acotarse a la simple reminiscencia olfativa sino que debe considerar otros elementos, o momentos. Se podrían citar miles, aunque a modo de advertencia: es conveniente no extenderse en el detalle de las personas de cualquier lugar del mundo que se parecen a viejos de El Triunfo, ni tampoco en la particularidad -más frecuente de lo esperada para un pueblo con siempre menos de 2000 habitantes- de encontrarse con alguien que ha vivido o conoce a alguien que ha vivido o tenga parientes, etcétera (y no entra en este apartado tampoco la anécdota de Taty y del Padre Juan Carlos que se encontraron de casualidad en un hotel de Grecia). En definitiva, se puede acotar a esos instantes que son los sueños.
Muchas veces he soñado con que estoy siendo esto que soy, con mi edad actual, con todo lo mío pero en un contexto atemporal, es decir con el tiempo en que yo era un niño, por ejemplo. Y tal vez la forma en que me doy cuenta es cuando aparecen mis cosas (mis amigos, mis relaciones, mis preocupaciones de ahora) en un espacio y tiempo en que nada de eso existía. En definitiva, puedo abrir la puerta del aula 7 de la facultad para dar el último final para recibirme y estar entrando a la casa de Pichi Calderón, frente a la cancha de Caset, para cambiar figuritas de jugadores de nombres impronunciables del mundial ´90.
Por otra parte, lo del escenario geográfico del sueño es aún más engañoso todavía porque a veces se sabe donde se está aunque el lugar ni siquiera esté. Es una presencia tácita. Tal vez en el sueño la casa del viejo Galán ni se parezca a la casa de Galán pero uno sabe que es esa y sólo esa. Así se da por sentado, cotidiano, que el empleado del videoclub de 55 entre 12 y13 está volviendo de hacer las compras, pues lleva una bolsa de hacer las compras, y entra en lo de Galán como si fuera su casa.
Tal vez en los sueños se de el ejemplo más claro (aunque si hay algo que caracteriza al sueño es la escasa claridad, la nula delimitación de los actores o los contornos del paisaje, en esa espesa nebulosa en que se mueve todo) de la expresión concreta de la realidad en el terreno de la dialéctica. Existen en un mismo momento -al que el propio Freud ha establecido que puede durar un segundo o algo que se le parezca a esa unidad de tiempo- una realidad viva, vivida con contradicciones, mutaciones, síntesis, casi lo que se diría como una totalidad. Soñar con lo que hemos sido, con lo que somos y con una proyección desconocida, absurda a veces.
Y ahí vamos todos los días, de a ratos más concientes que otras veces, con nuestras vidas partidas al medio o en fracciones desiguales, sabiendo que esto que fuimos acá es aquello que somos allá, indefectiblemente de donde uno ande metiendo la nariz o el corazón.

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